Capítulo 4 - Una charla imposible







El Secreto
de
Pipo

Capítulo 4 - Una charla imposible

de Anita Walker Moon

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María estaba agotada. Sus mejillas se habían puesto coloradas y el sudor bañada su menudo cuerpo. Abrió de par en par los ventanales del salón y una bocanada de aire fresco le desbarató la melena. El viento traía en su revoltijo un pedazo de mar que se coló en sus pulmones. La luna, redonda e inmensa, clareaba la noche chapoteando en el agua del mar.

María se desparramó en el sofá abriendo mucho los brazos. Flu se hizo un ovillo a sus pies. Él también estaba cansado.

Y entonces María lo vio. Vio la mirada triste de Pipo clavándose sobre ella..

- ¡Esto es una fiesta! ­ exclamó -. Nadie puede estar triste.

Así que María se fue hasta el ordenador

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dispuesta a cambiar de pantalla para encontrar un Pipo más alegre, otro dibujo de aquel niño que tuviera la boca más alargada y sonriente. Flu le miraba guiñando un ojo desde el sofá.

- El baile es un movimiento con cierto orden del cuerpo, los pies y los brazos al compás de la música - dijo Pipo en un tono monocorde y triste. Luego añadió bajando un poco la voz entre confidencial y avergonzado - ¡Yo no sé bailar!

- Yo te enseñaría, pero ahí dentro no puede ser.

De pronto María se puso mucho más colorada de lo que estaba. Sintió arder sus mejillas. Recordó que nadie la podía haber visto y respiró aliviada. ¿Cómo era posible que ella estuviese hablando con el ordenador? ¡Qué tontería! María sabía de sobra que los muñecos no entendían ni jota cuando se

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les hablaba. Y eso que ella solía hacerlo.

Pero esta vez, sus palabras le habían salido derechitas del corazón, habían subido como flechas a sus labios creyendo que de verdad Pipo le escuchaba como cuando hablaba con Cris, su mejor amiga. Pero Pipo era un dibujo. Sólo eso.

- Pipo, voy a acabar turuleta por tu culpa - dijo. Y se rió de sus tonterías.

- Debe ser divertido bailar para adelante y para atrás. Aquí dentro sólo tenemos arriba y abajo.

María se quedó de piedra. Si hubiera estado jugando a las estatuas habría ganado sin ninguna duda. Pero no estaba jugando a las estatuas y su inmovilidad no era voluntaria. Se había quedado así porque no podía creer lo que le estaba pasando. Pero estaba

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pasando.

Sí, Pipo estaba hablando con ella como si eso fuese lo más normal del mundo.. Le miraba con sus ojos tristes y traviesos, se sacudía su gorra roja y blanca y le hablaba. A ella.

- ¡Qué imaginación tengo! - se dijo sin poder apartar los ojos de la pantalla.

- ¡Enséñame a bailar! - le rogó Pipo desde allí dentro. Entonces el niño de dibujos animados se puso a dar saltitos de un lado a otro por toda la pantalla.

-¡Guau, guau! - ladró Flu como cuando venían visitas a casa. El perro bajó del sofá moviendo la cola y se acercó a su dueña. Luego miró hacia el ordenador y descolgó su enorme lengua por debajo del hocico. Apoyó las patitas delanteras en la mesa y empezó a llorar. Flu miraba al ordenador y luego a su dueña y después otra vez al ordenador, y así

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todo el rato.

- ¡Esta sí que es buena! - dijo María -. También a Flu se le ha contagiado mi imaginación.

Flu empezó a lamer la pantalla del ordenador.

- ¡Ay, me está poniendo perdido! ­gritó Pipo desde dentro.

Y realmente le estaba poniendo perdido. ¡Le había empapado de los pies a la cabeza! Aquello sí que dejó a María con la boca abierta. Pipo se sacudía salpicando de gotas la pantalla. Era increíble. ¡Increíble! El lametazo de Flu mágicamente había traspasado la pantalla del ordenador mojando por completo a Pipo. Era cierto. Tan cierto que empezaba a resultar un problema para el pobre Pipo.

- ¡Ya está bien, Flu, déjale tranquilo!

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- ordenó la niña a su perro.

Flu se bajó de la mesa y con las orejas gachas fue a sentarse a los pies del sofá. Desde allí, comenzó a gemir mirando a la niña con la cabeza inclinada y los ojos fijos como cuando pedía comida.

María puso los brazos en jarras y preguntó dirigiéndose a Pipo:

- ¿Y ahora, qué hacemos?

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