Capítulo 3 - ¡Hola, soy Pipo!







El Secreto
de
Pipo

Capítulo 3 - ¡Hola, soy Pipo!

de Anita Walker Moon

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El atardecer, en un pestañeo, puso todo el cielo patas arriba y de color rojo. El sol era una enorme bola anaranjada. "Si tuviese un exprimidor gigante" , pensó María, "podría hacerme un zumo de sol". Y casi se muere de la risa. A veces María tenía ideas así y a ella le hacían muchísima gracia.

Estaba sola en casa. Sus padres habían salido con la abuela y Cloti a cenar enormes helados a una terraza del paseo. Y luego se irían al cumpleaños de la tía Clotilde. La vieja tía Clotilde que vivía allí desde antes casi de que existiera la isla, cuando el mar todavía no se había vuelto perezoso y en el pueblo había pescadores y redes. Eso decía la tía Clotilde.

Como María era la más pequeña de la familia, no le dejaban trasnochar. Por eso se había quedado sola en casa. Por

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eso y porque, además, estaba castigada. Su madre había entrado de sorpresa en el salón aquella mañana.

- ¿Qué haces? ­ le preguntó mirando el dibujo de Pipo en el ordenador -. ¿No estarás jugando en lugar de repasar? Si sólo es media hora al día. ¡María, por favor!

Sólo era media hora, sí, pero a María esa media hora se le hacía eterna y por eso acudía a Pipo. Pero su madre no lo entendió. Así que, sin más ni más, decidió en ese mismo instante castigarle. No podía salir de casa en todo el día y, además, se quedaría sin helado y sin el cumpleaños de la tía Clotilde. Y esto a María le pareció bien, porque no soportaba a la tía Clotilde. Era una vieja marimandona y sabidilla. María pensaba que su hermana, de mayor, sería igualita a la tía Clotilde. Una vieja marimandona y sabidilla.

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El sol metió una puntita del pie en el agua. Luego metió el otro pie. El mar deshacía sus rojos entre las olas. Poco a poco fue zambulléndose hasta que un último rayo quedó prendido del cielo. María vio las primeras estrellas sobre la sombra azul del firmamento. Olía a mar y una pequeña brisa se colaba por el balcón entreabierto del salón.

María se fue a la cocina y vio con horror el plato de verduras que su madre le había dejado para cenar. Hizo un remolino con el verde de las acelgas y el naranja de las zanahorias y lo tiró a la basura. Luego puso encima algunos papeles para que su madre no lo viera. ¡Comería chocolate, se hincharía a chocolate y haría una fiesta particular!

Puso música en el equipo del salón y bailó un rato agitando su delgado y fibroso cuerpo. Se metió chocolate en la boca hasta inflar sus carrillos y luego lo fue tragando sin dejar ni un pedazo.

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Cuando se cansó de bailar y comer chocolate, empezó a aburrirse. Una fiesta sin amigos no era muy divertida. Así que decidió tener invitados. Se fue a su cuarto y agarró todos sus muñecos, el flotador hinchable, que era un pato, y un par de fotos de un cantante muy guapo que tenía escondido en su álbum.. Desató a Flu, que estaba amarrado en el balcón, y Flu se lo agradeció moviendo el rabo alegremente a su alrededor.

- ¡Ya estamos todos! ­ dijo María feliz.

Pero no, no estaban todos. Alguien faltaba. Faltaba Pipo. Y eso que Pipo era quien hacía más compañía a María por las mañanas. Pipo llegaba al ordenador y saludaba a María con su gorra roja y blanca y su peto azul y entonces las mañanas de María se hacían diferentes, se hacía másŠ no séŠ más... de otra manera.

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- ¿Cómo me habré olvidado de Pipo? ­ se dijo María acordándose de repente.

La niña encendió el ordenador e introdujo un "cederrom". El risueño rostro de su amigo apareció en la pantalla.

- ¡Hola, soy Pipo!

- ¡Bienvenido a mi fiesta! ­ gritó María y se puso a bailar agarrando al enorme oso de peluche que era su preferido.

María giraba y giraba en el salón con el oso entre los brazos. La música salía, rápida y saltarina, por los altavoces del equipo. Dejó el oso en el sofá y tomó una de las fotos del cantante.

- ¿Me concede este baile, caballero? ­ dijo inclinando su cuerpo en una graciosa reverencia.

María estaba tan entretenida bailando

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con unos y otros, que no se dio cuenta de que Pipo le miraba desde el ordenador con un gesto triste en los ojos. Su redonda mirada giraba acompañando las piruetas de María.

Pero, ¿era realmente posible que Pipo la estuviese mirando a ella? Al fin y al cabo, Pipo sólo era un niño de dibujos animados. Y un niño de dibujos animados ni podía mirar de verdad ni podía estar triste.

¿O sí?

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Siguiente capítulo: Una charla imposible